miércoles, 10 de agosto de 2011

  Cuando logró comprender que se había quedado sola en la ciudad, Arcimbolda resolvió que era el momento adecuado para pensar y decidir qué hacer. Caminó un par de calles hacia donde el sol se ponía, hasta llegar al puesto del zapatero, y se acomodó en el banquito de dar lustre. Hundió sus mejillas entre los puños y estiró el mentón considerando que aquella postura era adecuada para la situación: necesitaba concentrarse al máximo para tomar decisiones. Puchereó un rato y resopló el flequillo enrulado que colgaba sobre su frente emanando mentol.

   La princesa estaba aburrida y, con la cara larga, se quedó dormida durante quince días y trece noches.

   Al despertar tuvo magníficas ideas. Había soñado con todos los juegos y travesuras posibles en aquel pueblo abandonado y quiso realizarlas. Así fue como se despojó de las enaguas, pasó dos días más empachada por comer enormes cantidades de chocolate, pintó con acuarelas las paredes de la casita real, se bañó en el lago de los cisnes y decoró con crema batida, mientras mantenía el equilibrio sobre la punta de sus zapatitos, las cortinas de cada una de las casas del pueblo.
   Cuando agotó todas las posibilidades y el césped de los jardines comenzó a crecer en forma desmedida, Arcimbolda se cansó de portarse mal y consideró la opción de buscar un nuevo hogar. Estaba claro: ella era una princesa, su función era la de representar con bombos y platillos al pueblo, eso le recordaba a diario su madre… y, en aquel lugar no había a quien cuidar, retar o mandonear, no quedaba nada.
   En ese instante descubrió una nueva realidad, ella ya no necesitaba ser una princesa común y corriente ni hacer caso de los mandamientos de sus padres, no tenía necesidad de evitar lo prohibido ni recordar nada de lo aprendido a lo largo de su vida. Ahora podría crear su propio reino con reglas elegidas cuidadosamente a su antojo. Subió emocionada a su alcoba y comenzó a preparar el equipaje.
   Mientras acomodaba sus peines en un pequeño bolsito de viaje, soñaba despierta y se miraba en el espejo de la habitación principal:
-Vuestro destino princesa, es encontrar un lugar apropiado para vos y el chancho Boby que os acompañará en la travesía como el valiente guardián que siempre ha sido- Silbaba una canción y salivaba las baldosas mientras dibujaba un recorrido aéreo con el muñeco antes de agregarlo al equipaje. - ¡Nada os hará retroceder! El mundo es vuestro Arcimbolda, en algún lugar un aldeano necesita contemplar vuestra belleza. Caminaréis por terrenos pedregosos y viviréis mil aventuras comiendo pelotitas de los árboles- ora improvisando un parche pirata con la mano, ora empuñando una espada imaginaria con ademanes saltarines.
   La verdad es que Arcimbolda era una jovencita caprichosa y vanidosa que no se conformaría con comer frutos de la naturaleza, pero se mostraba decidida y, en todo caso, no existía nadie capaz de contradecirla, por la peste violeta claro está.
   Era hora de comenzar la travesía que cambiaría la vida de la princesa para siempre, era el momento de asumir responsabilidades y marcar su propio camino. Tiempo de crecer y enfrentar la soledad.
 

   El horizonte mostraba un paisaje desconocido, nunca había salido de su pueblo y lo que posiblemente encontrase tras cruzar las barreras de ese reino la movía a desplazarse con ligereza, resuelta. Pronto los vientos huracanados del sur le desordenaron el cabello. El vestido flameaba y se convertía en una vela que obligaba a aligerar el paso, se quitó los zapatos tras cruzar el último prado que dividía el pueblito que hubo una vez con lo que existía más allá.
-Pues ahora soy vuestra princesa Boby,- dijo mientras tomaba un descanso sentada en un montoncito de hojas secas que el viento había juntado al final del camino- por lo tanto harás todo lo que me plazca, hasta que algún aldeano os reemplace como súbdito fiel- El muñeco pendía de la valija con sus dos canicas negras, cocidas como ojos, inmutables, obedientes.
   De este modo la princesa trotamundos se contentó con sentirse soberana de algo y continuó su camino sin emitir decretos ni ordenamientos para el cerdo de algodón, tal vez era consciente de que no respondería. En cambio tarareó un par de canciones sobre monos con naranjas y vacas preescolares que la llevaron a perder la orientación pero colaboraron en la caminata descalza sobre los senderos resecos por el sol.
   Luego de aproximadamente ciento cuarenta y seis horas de caminar sin descanso, ya que había dormido durante quince días y no tenía sueño, aceptó que se encontraba lejos de su hogar y que estaba completamente perdida. Lo miró al cerdo en busca de alguna idea magnífica que los ayudase a encontrar un refugio donde quedarse los próximos setenta años, pero éste guardó silencio y se resbaló curiosamente hasta el fondo del bolsito. Arcimbolda otra vez puchereando, con el mentón arrugadito casi al borde de las lágrimas, se pellizcó una mejilla y se dispuso a encontrar una solución.
   Fue entonces cuando notó que el problema era aún mayor. Volteó ante la posibilidad del regreso pero no recordaba el camino por culpa de aquellas canciones que había cantado para distraerse, entonces pensó que si caminaba exactamente sobre sus pasos tarareando las mismas melodías podría funcionar, pero por más que intentó no recuperó ni una estrofa. Revolvió en su cabeza, en todos los rincones. No conseguía visualizar el momento en que se había quitado los zapatos o el instante en que había comido por última vez un chocolate.
    Exploró su bolso sintiendo que era el equipaje de un desconocido y allí, en el fondo un pequeño cerdito rosa lleno de algodón se escondía tímido, abandonado. “Boby” susurró una voz cada vez más débil  y se esforzó por retener aquel nombre, lo poco que le quedaba de conciencia, presionando al muñeco contra su pecho.
   Era tan extraño. Tenía la sensación  de que poco a poco una nube la sumía en un profundo sueño que la mantenía despierta y móvil como a una marioneta, pero del mismo modo, incapaz de controlar sus recuerdos. Buscó, durante un instante de lucidez, una birome que guardaba entre sus pertenencias y grabó en las patas del cerdito de peluche “Boby” y “Arcimbolda”. Le aterró la posibilidad de olvidarse a sí misma. Entonces sin otra brillante idea se sentó en el medio de la nada y se puso a llorar.
  Lloró y lloró durante un rato larguísimo, durante un ratón, hasta que notó que ya no recordaba por qué estaba llorando y a lo lejos un cartel brillante enterrado en el medio de la nada llamó su atención...
CONTINUARÁ...

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