Lo primero que se le ocurrió a la joven princesa fue repetir el ritual para intentar una nueva visita al Gran Sabio y así responder más preguntas, pero cuando notó que volvía a amanecer en Alzheimer, comprendió que su plan había fracasado. Apenas podía recordar lo que habían dicho las ñathas y presentía que Boby tenía tanto hambre como ella, asique se dispuso a buscar algo para comer, caminando paciente entre las rocas que aparentaban dulces confites.
-Este es el plan- Le dijo resuelta al cerdo de peluche- Armaremos un diario de viaje, algo que nos permita recordar todo aquello que vamos aprendiendo.
Tomó una hoja verde gigante de un árbol cercano y buscó la birome que aún conservaba en un bolsillito del vestido.
“ No mirar a los cornalettes”
“ Las rocas no son confites”
“ Buscar a un tal toro”
“ No acercarse a las cavernas”
Todo eso anotó haciendo esfuerzos sorprendentes y dobló la hoja en cuatro partes iguales cuidando no dañar lo escrito.
-Así recordaremos- dijo a Boby y se sintió orgullosa de ser tan astuta e inteligente.
Caminaron un rato larguísimo y vieron salir el sol tres veces más. Pronto anochecería y la joven Arcimbolda necesitaba comer y encontrar un lugar seguro para pasar la noche.
El viento traía el fresco aroma de la ñathas y agitaba suavemente las coloridas copas de los árboles. Podían distinguirse entre el canto de los pájaros, rumores y risas amontonadas. Cuando Arcimbolda logró percibir aquellos sonidos se encaminó buscando ayuda: quienes carcajeaban locamente podrían decirle cómo sobrevivir en aquel reino tan extraño.
Cruzó una pequeña colina no muy cercana y descubrió de dónde provenía el alboroto: un centenar de duendecitos, sentados sobre girasoles gigantes, bromeaban, bailaban y se divertían a lo grande. Eso fue lo que Arcimbolda vio a lo lejos, claro que, mientras más se acercaba, más se sorprendía. Los duendes no eran duendes y los girasoles no eran girasoles, eran una especia de giraduendes o duendoles (pensó). La cuestión era que del centro de cada flor nacían cabezas narigonas, con cachetes colorados y sonrisas estridentes. Un canto lento y pegajoso invitaba a mover los pies al ritmo de los tallos que se balanceaban pintando una danza casi hipnótica.
Arcimbolda se acercó temerosa y nadie notó su presencia. Se aclaró la garganta y pretendiendo un poco de atención, repitió insistente el saludo. Nada. Ni una respuestita, cada loco con su tema y los cantos persistentes comenzaban a marearla.
Se sentó a unos metros con la cara larga y muy empacadita, sin querer, empezó a tararear la canción que la atormentaba. Entonces tuvo una idea y corrió hacia la primera fila de nosequé, se paró con firmeza y balanceando su cabeza del mismo modo que aquellas plantas comenzó a cantar:
“ Noooo recuerdo de donde vengooooo
Ni cómo hasta aquí llegueeeee
Mi noooooombre es Arcimbolda
Quisiera hablar con usteeeeed, señor”
La cabezota risueña de la primer hilera la miro con sorpresa y contestó:
“ Shenioriiita Arshimboooolaaa
io shoooi el Cardamomo Momo
Y shi noooo puedo aiuuudalaaaa
Juro que nunca mashhh toooomo
Que nombre tan original, pensó Arcimbolda, asique aquellos eran los famosos Cardamomos parlanchines. ¡Borrachines mejor dicho! De todos modos Momo se había quedado dormido y le parecía complicadísimo inventar una canción que explicase qué buscaba y de dónde venía. La jovencita era muy buena con las rimas pero estaba cansada y tenía hambre, por lo que desistió de la idea de interactuar con aquellos locos jubilosos.
Justo cuando se alejaba de las extensas y sonoras plantaciones descubrió, en la última hilera, unas cabecitas que, como quien está en penitencia, miraban al piso sin bailar como el resto. Depositando las últimas esperanzas en aquel grupo aparentemente sobrio, Arcimbolda se acercó y saludó tímidamente.
Sin cantos y sin bailongos los pequeños brotes la observaron y respondieron atentos al saludo.
Entonces Arcimbolda un poco más relajada dijo:
-Si que es complicado ser un Cardamomo, los escucho rimar desde que llegué.
-No es complicado- rieron las platitas- es un don natural otorgado por el dulce néctar que nos recorre de raíz a cabeza.
-Pero ustedes no cantan- observó Arcimbolda confundida
-Pues porque aun somos pequeños para producir nuestro licor- explicó una Cardamomita chiquitita como un dedal- Cuando alcanzamos la mayoría de edad y ya no tenemos que mirar silenciosos a las hormigas, entonces puedes obtener de nuestras hojas el licor de Cardamomo más exquisito que jamás hayas probado, claro que con un alto grado de alcohol que, inevitablemente, nos recorre el cuerpo y nos llena de cantos y bailes.
Lo cierto es que un aroma dulzón envolvía toda la plantación y Arcimbolda se apresuró a recolectar información antes de sentirse tentada a un poquito de licor de Cardamomo. ¿Un poquito nada más? ¡No señorita!
-Yo y mi compañero Boby somos nuevos en estas tierras y, la verdad es que necesitamos comer un poco, descansar. Ustedes ¿Podrían ayudarnos?- Preguntó Arcimbolda con timidez, pateando piedritas con la punta de los pies, enroscando el vestido entre sus dedos.
- Podrías ir a los campos de plátanos multicolores, siempre y cuando los Monos Condicionadores te permitan pasar, sino, cuando el próximo sol desaparezca y la Media Luna brille en lo alto del cielo, dará comienzo el banquete semanal de las constelaciones.
Tras preguntar cómo llegar a los campos de plátanos, Arcimbolda se despidió agradecida y anotó en su hojita de viaje:
“Los Cardamomos son unas plantitas borrachas simpaticonas”
“Quiero probar ese licor”
continuará...